Los toros, a vista de republicano


Hace casi un mes, escribía Víctor J. Vázquez en el Diario de Sevilla un artículo titulado 'Insoportablemente moderno', que trataba la realidad actual de la tauromaquia. En él, encontramos esta contundente frase: "Es el toreo, sin habérselo propuesto, un arte absolutamente moderno, insoportablemente moderno diría yo para todos aquellos impostores que aspiran a lo radical sin pasar por el duro peaje de la verdad. Llevan razón sus detractores cuando dicen que el toreo no es cultura, porque el toreo es cultura y es contracultura.(...) Algo tan inédito como una tradición radical sin sospecha de arribismo" 

Más allá del eterno debate del "toros sí"/"toros no", lo que me propongo en este escrito es analizar y exponer mi concepción de tauromaquia y todo lo que este mundo trae consigo en la ciudad y en el campo.

Es demasiado frecuente en mi vida cotidiana el hecho de conocer a una persona, debatir y posicionarme brevemente sobre variopintos temas, y descubrir que mi ideología se alinea bastante con la izquierda socialdemócrata, con algunos tintes cercanos al marxismo, que atribuyo a mi pasado comunista. Con 18 años, poca cronología política puede tenerse, pero la escasa que atesoro me hace ser, además, republicano, andalucista y antifascista.

Con esta descripción, a ninguna de las personas que conozco se le ocurre pensar que pueda ser taurino. Pero lo soy. Amo los toros y amo la tauromaquia, y voy de frente. Porque amar los toros y la tauromaquia no significa que me guste "ver a un animal sufrir hasta la muerte", argumento utilizado hasta la saciedad por los antitaurinos. A mi no me gusta ver a un animal morir. Ni a mi, ni a muchos de los que asisten cada año a las corridas, festejos o festivales populares taurinos. 

Los tiempos cambian, y la idea de que se toree sin hacer daño al toro gana cada vez más fuerza entre esa enorme bolsa de jóvenes, que aprecian belleza en el toreo, pero que encuentran abusivo el espectáculo de sangre que se realiza a costa del toro. De hecho, ya cantaban por bulerías en Jerez hace décadas aquello de 'y si lo mata o no lo mata, a mí lo mismo me da, no lo mates Rafael que tu arte es inmortal'. Y, afortunadamente, los propios aficionados que pagan su entrada están propiciando cada vez más esta evolución sin retorno. Recordemos que la lidia de un toro dura 20 minutos, con tres tercios: suerte de varas, suerte de banderillas y suerte suprema. Pues bien, las dos primeras partes están siendo cada vez más infravaloradas y ninguneadas en favor de la tercera porque son las dos en las que se le hace daño al astado. En la primera se le pica con el puyazo, y en la segunda se le proporcionan seis banderillas en el lomo. En honor a la verdad, gran parte de responsabilidad tienen los ganaderos, que se esmeran para que el toro venga ya preparado de casa y no haga falta restarle fuerzas haciéndole daño en la plaza. A cambio, se buscan cada vez más las faenas donde el torero pueda hacer largas series de capotazos y muletazos, sin dañar al toro, para deleite del público. De modo que, el toreo evoluciona festejo tras festejo, lo que no quiere decir que no nos emocionemos viendo imágenes de toreros antiguos, sino que hay que considerarlos como un pasado del que beber para construir futuro.

El ejemplo perfecto de esta vorágine regeneracionista en el mundo taurino es lo que vivimos el pasado 16 de abril, en una ciudad eminentemente taurina como Sevilla, donde se indultó a 'Orgullito', toro de la ganadería salmantina de Garcigrande, sin que hiciera méritos en la suerte de varas, requisito esencial hasta ahora para la concesión de un indulto (un indulto ocurre cuando el público pide que no se mate al toro y se devuelva al campo por sus excelentes capacidades en los tres tercios, hasta ahora, que por fortuna parece que nos dirigimos hacia el indulto por buen comportamiento sólo en el capote y la muleta). Y esto sucedió en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, que tras Madrid puede considerarse como la plaza más conservadora y ejemplo taurino para todo el mundo.

Con lo cual, es seguro que el indulto de 'Orgullito' ha marcado un antes y un después en la tauromaquia. A propósito de este evento, Antonio Lorca, crítico taurino en el diario El País, escribió con acierto lo siguiente: "Si usted, lector, es uno de los 715 picadores que figuran inscritos en el registro oficial del Ministerio de Cultura, y, además, vive de la profesión, preocúpese. Si peina canas, no se duerma, busque la manera de participar en el mayor número posible de festejos y asesórese para una pronta jubilación; si es joven, olvide cantos de sirena, no se deje engañar y busque con urgencia otra ocupación".

La tauromaquia, además, no sólo son las corridas de toros. De hecho, son la desembocadura de un largo río de donde beben ganaderos, agricultores, veterinarios, mayorales, transportistas, etc. Esta es la verdadera cara de la tauromaquia como tal, como mundo. La preservación del ecosistema de dehesas a través de la cría de un animal que vive en la libertad del campo durante 5 años. El precio a pagar es la lidia en la plaza de toros, y debemos comprender que sin plaza de toros no hay dehesa, por un simple engranaje económico. Es fácil entenderlo cuando conoces en qué numeros se mueve la tauromaquia. Un hecho objetivo es que el producto generado por la fiesta en distintos sectores económicos ascendió en 2014 a más de 3.550 millones de euros. Sin ir más lejos, los 6 toros lidiados el Jueves de Feria de la ganadería Núñez del Cuvillo le han propiciado 100.000€ al ganadero. Analicemos este dato: Cien mil euros de los que se alimentan muchas familias del mundo rural, donde tan necesario es generar empleo para evitar la despoblación.

Como afirmaba hace poco el mediático ecologista Frank Cuesta, a veces se les olvida a los animalistas que los humanos tambíen somos animales y necesitamos trabajar para comer, así como afirmaba también que el hombre es especista por naturaleza. Y lo dice una persona que, como yo y tantos otros, amamos a los animales y queremos construir una verdadera red sostenible ecologista alejada de los modelos de industrias cárnicas o zoológicos.

Para concluir, me gustaría traer una frase del joven articulista y crítico taurino Chapu Apaolaza, quien contestó de esta manera a la pregunta realizada por Antonio Alemany para El País, en relación a por qué se consideran a los toros como un espectáculo para gente de derechas: "El poder siempre se apropia de la cultura popular. En España sucedió con la Dictadura. Pero los toros siempre han sido rebeldía. Hoy en día, ir a los toros es ir contra el sistema, es ser punk, porque es estar contra esta visión de la sociedad (...) en la que todo se piensa en función de un beneficio".

Está claro, al calor de la subida de la asistencia de jóvenes a los toros (del 18.1 al 20.3% de las personas entre 15 y 34 años según la Encuesta de Hábitos y Prácticas Culturales 2014-2015 del Ministerio de Cultura), que la tauromaquia tiene fácil solución sin que ésta signifique quitar esencia a la fiesta: adaptarse a los nuevos tiempos y olvidarse de épocas pasadas y de puretas con puros que siguen llamando fiesta nacional a un espectáculo que no les necesita.

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